La humanidad es una en esencia, pero múltiple y diversa a la hora de manifestarse. No somos todos iguales, aunque todos hemos sido educados como si lo fuéramos; la diversidad es un valor que suma y enriquece al conjunto de la humanidad.
¿Qué define una tipología? Los cuatro elementos
Todo en la creación está formado por la reunión, en distintas proporciones, de cuatro elementos esenciales: agua, fuego, tierra y aire. Observando cómo se comporta cada uno de ellos en la naturaleza exterior, podremos establecer puentes de analogía y correspondencia con el comportamiento de las personas en las que predomina uno de estos 4 elementos en la composición de su naturaleza interior. Siempre los 4 elementos van a estar presentes en cada ser humano, pero será el que predomine el que dará nombre e identidad a su tipología. Así pues, teniendo en cuenta este predominio, hablaremos de tipología agua, fuego, tierra o tipología aire.
¿Qué contiene una tipología?
Una tipología reúne en si misma tres aspectos de la naturaleza humana, gestados durante el periodo embrionario, que mantienen entre si una indisoluble relación de interdependencia: el que determinará la forma del cuerpo físico, su tendencia temperamental (que orienta la forma con la que nos relacionamos con nosotros mismos, con el otro y con el entorno), y un potencial, personal e intransferible, (capacidades, habilidades o dones) que impulsa “des de dentro” a buscar las condiciones óptimas para poder desarrollarlo al máximo y ponerlo al servicio de la humanidad.
Forma, temperamento y función determinan u orientan un particular punto de partida, una manera singular de relacionarnos, con nosotros mismos, con el otro y con el entorno, y una manera de observar, vivir y aprender de las experiencias que la vida nos va proponiendo a cada instante.
¿Por qué es importante conocer nuestra propia tipología?
Venimos al mundo con una tipología dada, ella es nuestro particular punto de partida para transitar por todas las etapas que la vida nos va proponiendo hasta alcanzar el pleno conocimiento de quienes somos en realidad y encontrar la armonía, la salud, la prosperidad y la coherencia estables en nuestra forma de vida.
Conocer nuestro punto de partida, nos permite comprender, entre otras muchas cosas, qué tipo de vínculos tenemos tendencia a establecer con nuestro entorno familiar, social y profesional, qué es lo que nos aporta seguridad y protección, qué tipo de situaciones, personas, etcétera, nos hacen reaccionar y cómo nos protegemos o nos defendemos de ellas, qué estrategias empleamos para conseguir lo que queremos, qué tipo de energía nos anima y cómo gestionarla para optimizarla al máximo. También nos ayuda a descubrir y aceptar nuestras capacidades y talentos, así como a comprender y aceptar las capacidades y talentos de los demás, estableciendo vínculos de liderazgo desde la concordia.
Desarrollarlos, hará que disfrutemos de lo que hacemos y de cómo lo hacemos, con alegría y creatividad, lo que repercutirá de una manera extraordinaria sobre todos los ámbitos de nuestra vida: personal, profesional, familiar y social.