Perderse para volverse a encontrar

Crecer sintiéndonos extraños, diferentes, con la sensación de no encajar, de no ser comprendidos o aceptados por el entorno en el que vivimos inmersos, es una posibilidad que, o bien la hemos experimentado en primera persona, o bien la hemos conocido a través de otros, que la han sufrido en sus propias carnes. Aunque es verdad que hay tendencias temperamentales más susceptibles que otras de vivir esta situación, por ejemplo, la propia de la tipología tierra, todos, independientemente de nuestro singular bagaje personal, podemos haberla experimentado en un momento u otro de nuestra vida.

Pero en este artículo quiero hacer referencia explícita a la tendencia temperamental de la tipología agua. El bienestar personal y social de esta tipología va a depender, en gran medida, de la calidad de los vínculos afectivos que tenga la oportunidad de establecer, sobre todo durante su periodo de aprendizaje. El elemento agua contiene en sí mismo la memoria de la conciencia de unidad. La tipología agua va a querer mantener y reproducir esta pertenencia mientras le sea posible. Es como si tuviera codificada en su misma esencia una información, una especie de plantilla, de modelo interno, que le empuja con fuerza a querer plasmarla en el mundo exterior. Algo parecido a lo que hace un artista cuando, partiendo de su lienzo en blanco o de su bloque de mármol, pinta o esculpe, dando forma visible a un modelo invisible que ya existe en su interior.

Si recurriéramos a una imagen analógica para comprender mejor este tipo de memoria, escogeríamos la de la mujer embarazada. Ambas vidas: madre y feto, funcionan como una, como si no existiera entre ellas solución de continuidad; el feto, no está diferenciado de la madre, no “es” por sí solo separado de ella. Disponemos de expresiones y palabras extraordinariamente adecuadas para referirnos al temperamento agua en este sentido: “hogar” “fusión” o “deseo de pertenecer” son algunas de las más representativas.

Si observamos las características y el comportamiento del elemento agua en la naturaleza, veremos que carece de forma propia, adoptando la forma de la estructura que la contiene. Al niño con una clara tendencia temperamental agua, le cuesta crecer y hacerse mayor porque sabe que ello implica separarse de la madre que es su “contenedor”, su estructura, la que le brinda seguridad y protección incondicionales. Mientras es muy pequeño, la mínima separación de esta figura de referencia, aunque sea momentánea, le angustia y reacciona con desolación, vive el miedo anticipado, como si presintiera el peligro de un abandono. Llora, reclama comida, contacto y atención permanente. La hora de dormir es una hora difícil porque pierde el control sobre su punto de referencia y no se abandona al sueño; permanece alerta, a no ser que duerma con la madre.

Hablar del temperamento agua es hablar del mundo emocional, un mundo variable, imprevisible, pasional, intenso, que se desborda con una gran facilidad frente a cualquier frustración, sobre todo afectiva. En estas condiciones, es comprensible que el niño genere una fuerte dependencia afectiva como mecanismo de compensación y búsqueda de seguridad, pero, en casos extremos, esta dependencia puede llegar a ser posesiva y tiránica para su entorno familiar. A menudo no sabe lo que quiere ni lo que le pasa, pero exige el consuelo y que el otro sepa lo que necesita para resolver su cambiante y dramática situación. Fuera de este entorno, en la escuela, por ejemplo, esta conducta puede llegar a ser mucho más contenida, incluso puede mostrar su aspecto más dulce, amable, colaborador, empático, incluso sumiso, con poca capacidad de defensa, buscando siempre la aprobación, el reconocimiento y el apoyo del adulto.

Evidentemente, el temperamento agua dispone de un riquísimo potencial y de un enorme abanico de capacidades y habilidades. Pero en este artículo, sólo he presentado aquellas características que suponen una dificultad a la hora de diferenciarse como individuo y el por qué. Nada es bueno ni malo per se. Las espinas de una rosa forman parte de su definición, no están sometidas a juicio. Esto parece una obviedad, pero, sin embargo, cuando se trata de observar a las personas, todo acaba siendo sometido a un juicio implacable.

Es sorprendente ver hasta qué punto, esa plantilla de información codificada con la que nacemos, va buscando permanentemente la manera de realizarse, de plasmarse en algo que cuando se muestre completo frente a nosotros mismos, podamos reconocerlo inmediatamente como: ¡eso es lo que soy!, y dejemos atrás para siempre la necesidad de encajar en el deseo del otro o de vivir la vida propia a través de la vida del otro.

Sin embargo, la paradoja está servida. Inicialmente, el temperamento agua, busca satisfacer su anhelo de unidad, separando, es decir, eligiendo aquellas personas de su entorno inmediato con las que poder fundirse en un vínculo de absorción y llegar a ser inseparables para siempre. Busca lo grande en lo pequeño, lo ilimitado en lo limitado. En sí mismo, este comportamiento contiene una contradicción: perseguir la unión separando. Nunca, de esta forma, alcanzará la plenitud anhelada. La reiteración de la frustración afectiva y un largo cortejo de emociones adheridas a ella puede llegar a ser, para este temperamento, una forma de vida, hasta que un día, quizás sin ni siquiera tener conciencia del porqué, despierte, reaccione, se rebele, se cuestione y decida asumir de una vez por todas la plena responsabilidad sobre su propia vida.

Quisiera aclarar que este proceso, este “despertar”, no es privativo del temperamento agua. Todos venimos al mundo a realizar un viaje a través de la conciencia. Las experiencias que la vida nos va proponiendo, nos aportan información acerca de nosotros mismos, de nuestra manera de estar en el mundo, de entenderlo y de relacionarnos con él. Aquella frase famosa que hace alusión a “perderse para volverse a encontrar”, es perfectamente aplicable a todas las tipologías que buscan el autoconocimiento. Si no sabemos quiénes somos, si no aceptamos nuestra singularidad, no comprenderemos cuál es nuestra función en la sociedad, no estaremos unificados con nuestra verdadera esencia, no seremos coherentes con la expresión de nuestras capacidades y, evidentemente, no seremos felices. Pero es precisamente la conciencia de estar ausente de uno mismo, el impulso energético que pone en marcha la voluntad de regreso a nuestro verdadero hogar.

Cuando sintamos el anhelo y la certeza de querer regresar, el remedio espagírico-alquímico, nos facilitará el viaje de vuelta. Dispondremos de energía vital orientada a liberar progresivamente ese cuerpo de emociones desconocidas y limitantes que disfraza nuestra verdad y nos confunde. Iremos recuperando la capacidad de discernir lo que nos nutre de lo que nos envenena. Los fantasmas contra los que luchábamos irán desapareciendo de nuestro imaginario campo de batalla al mismo tiempo que un coraje, desconocido hasta el momento, tomará las riendas conduciéndonos hacia la plena vivencia de la libertad de ser, en coherencia con nosotros mismos, con el otro y con el entorno.

 

2 comentarios en “Perderse para volverse a encontrar

  1. Fantastico articulo, Ester! Gracias por compartirlo en abierto para todos, pues contiene mucho de tu conocimiento y amor por el alma humana… Gracias!

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    1. Gracias a ti, Irene, por esta aportación tuya tan generosa

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