Los postulados de la Medicina Tradicional, ya sea ésta oriental u occidental, se basan en la observación de las leyes y el orden que rigen el comportamiento de la naturaleza, entendida como la totalidad de la creación, y la forma en la que las distintas formas de vida nacen, crecen, se reproducen y mueren en ella, mientras interaccionan permanentemente con el medio externo en donde viven inmersas.
Observando las características y el comportamiento de la naturaleza interior del hombre y estableciendo relaciones de analogía y correspondencia con la naturaleza exterior en la que vive inmerso, tendremos la oportunidad de conocer y comprender que, la humanidad, es una en esencia, pero diversa y múltiple en su forma de manifestarse.
Cuatro son las tipologías que conviven en su seno. Como ya observó Hipócrates en su tiempo, se conocen y se comprenden observando el comportamiento de cada uno de los cuatro elementos esenciales que dan forma e identidad a toda la creación: agua, fuego, tierra y aire
Cada forma creada a partir de estos cuatro elementos, se encuentra animada por tres principios esenciales: el que da vida a la materia (cuerpo), el que genera una circulación de energía (metabolismo energético) y el que le da identidad a la mente (contenidos mentales y conciencia de ser).
Así pues, el hombre, como el resto de formas creadas, resulta de una permanente e íntima relación de interdependencia entre los 4 elementos y los 3 principios que actúan indisolublemente unidos, en distintas proporciones, durante la totalidad de su ciclo vital. De las diferentes proporciones, surge la diversidad.
La materia tiene que ver con la forma física, la que es reconocible a través de los órganos de los sentidos; la llamamos también complexión. Esta arquitectura, exterior e interior, viene determinada genéticamente. Puede variar de aspecto a lo largo del ciclo vital (fuerza, tono, brillo) pero no puede ser modificada en esencia.
Cada complexión dispone de un tipo de metabolismo energético, orientado hacia el ahorro o el consumo y éste, a su vez, condiciona una particular estructura mental (conjunto de pensamientos, emociones, sensaciones) y una tendencia temperamental que, en este caso, sí puede ser moldeada a partir de las experiencias vividas sobre todo durante el periodo de la educación. El temperamento es lo que define, en cada individuo, su particular manera de captar, entender y relacionarse con el mundo y, como consecuencia, su forma de actuar en él. Complexión, metabolismo y tendencia temperamental están vinculados a un potencial individual e intransferible que, si encuentra en su medio externo unas condiciones óptimas para su pleno desarrollo y expansión, expresará unas capacidades y habilidades (dones) que destacarán sobre las demás hasta alcanzar, incluso, la genialidad.
Todas estas características constituyen un verdadero punto de partida, individual e intransferible, desde donde iniciar el viaje de la existencia. Ninguno es mejor o peor que el otro. Conocerlo permite comprenderlo, aceptarlo e integrarlo.